La granada me recuerda a mi infancia. En casa teníamos una planta, y llegado el otoño esta fantástica fruta era diversión pura.
No en vano se cultiva desde 2000 años A.C. Originaria de Irán e India, símbolo de amor, prosperidad y fertilidad para muchas culturas, ha acompañado a caravanas a lo largo del desierto, Romeo se escondía tras su follaje para recitarle a Julieta, colgaba en los jardines flotantes de Babilonia, y hasta una ciudad lleva su nombre.
Llamada “superfruta” por sus muchos beneficios para la salud, es un potente antioxidante y fuente de postasio; tiene altos niveles de vitamina C, incrementa la vitalidad aliviando el estrés, y ayuda a reducir el colesterol, entre otros.
Es dulce, jugosa y original. Podemos comerla sola, hacer jugo o utilizarla en inumerables preparaciones, tanto dulce como salada.
Para elegirla seguimos la premisa: la más fea, la mejor. Que ya esté marrón y un poco arrugada y que sea pesada para su tamaño, así nos aseguramos de que ya esté en su punto, exuberante y deliciosa.