La quinoa es un tesoro redescubierto, usado por los antiguos Incas.
Su sabor me recuerda bastante al arroz integral, aunque su textura es mucho más fina y algo más similar al cuscus de los árabes.
Se trata de un alimento de fácil digestión. Su larga conservación se debe a la presencia de una saponina que protege al grano. Sólo desaparece al lavarse con abundante agua, por lo que es muy importante este procedimiento previo a su cocción. Cuidado con este paso, ¡no hay que saltearlo!
En cuanto al valor nutricional, contiene todos los aminoácidos esenciales, grasas insaturadas, minerales como calcio, hierro, fósforo, magnesio y vitaminas como la C, E, B1, B2; además nos aporta fibra y no contiene gluten, o sea que es apto para los celíacos.
Algunas de las tantas propiedades que se le atribuyen son antiinflamatorias y cicatrizantes.
Para lavar la quinoa hay que tomar en cuenta ciertos recaudos: colocar la quinoa en un recipiente con tres partes de su volumen de agua fría. Dejar reposar al menos dos horas, descartar el líquido y lavar dos veces más con agua nueva, 5 minutos por vez. Luego, cubrir con agua y cocinar a fuego bajo hasta que esté tierna.
Otro método consiste en tostar la quinoa en una sartén con aceite, revolviendo constantemente y una vez dorada, cocinarla en agua. De este modo adquirirá un sabor que me recuerda al de las nueces.
¡A probarla, y luego dejen sus comentarios así compartimos sus experiencias!