Los colores de los alimentos, de los envases que los contienen o del plato servido son capaces de influenciar en las emociones (provocar alegría, tristeza, exaltación, o sorpresa) u otro tipo de reflejos sensoriales (como apetencia, rechazo, sensación de frío o de calor), un dato que puede ser relevante si lo que se pretende es incentivar el apetito de los niños.
Por ello es muy importante que tanto padres y madres, como quienes atienden la alimentación cotidiana de los niños, comprendan esta circunstancia y proyecten la presentación de los platos y la combinación de alimentos para hacerlos más atractivos y estimulantes.
Cuando se tienen identificados los alimentos con un color determinado que son rechazados por los niños, tiene sentido evitarlos en los platos que interesa que coman. Por ejemplo, si el niño rechaza la pasas o las aceitunas negras, es más sensato ofrecerle estos alimentos aislados, por separado, en distintos momentos y distintos días, en lugar de añadirlos a la ensalada que queremos que coman, o a las espinacas, para evitar que trasladen su rechazo por un alimento concreto a todo el plato.
Aprovechemos el tiempo de vacaciones para compartir con ellos buenos hábitos que luego nos acompañaran durante todo el año.