Por lo general, las vacaciones de verano son asociadas con romper con la rutina y poner en práctica muchas actividades que no están incluidas en nuestro diario vivir. Esos días o semanas de distensión influyen en nuestros hábitos alimenticios y difícilmente se cumplen las cuatro comidas diarias.
Al levantarnos más tarde pasamos por alto el desayuno y vamos directamente al almuerzo, o por “no desperdiciar” las horas de sol realizamos un almuerzo sencillo y poco balanceado. Dado que los días son más largos, la merienda la trasladamos a altas horas de la tarde, o la sustituimos por las famosas “picaditas” que se encargan de abrirnos aún más el apetito luego de un largo día de playa y otras actividades recreativas. Todo esto desemboca en cenas y reuniones con amigos, acompañadas posteriormente por un helado en la típica heladería de balneario. Al irnos a dormir luego de la última comida se generan calorías difíciles de quemar, ocasionando generalmente malestares gástricos.
Lo ideal siempre es que tratemos de mantener los mismos hábitos alimenticios a lo largo de todo el año.
Como Nutricionista siempre aconsejo realizar un buen desayuno con: jugos de fruta y/o cortado con leche descremada, tostadas con queso y fiambre, también se puede incluir cereales con yogurt y frutas secas. El almuerzo debe ser liviano: Carnes acompañadas de ensaladas crudas o cocidas y de postre frutas. En la merienda es bueno consumir yogurt con cereales o licuados de fruta con leche. Y al finalizar el día que la cena se quede solamente en las picadas o hacerlas más nutritivas con acompañamiento de ensaladas. Si optamos por un helado tratemos que sea frutal para evitar el agregado de cremas de leche que contienen altos contenidos calóricos y grasos.
Tengan en cuenta el famoso dicho: Desayunar como un rey, almorzar como un príncipe y cenar como un mendigo. Es una forma sencilla de cuidarnos y nuestro cuerpo lo agradecerá.